Marta llevaba tiempo queriendo estudiar y volver a la normalidad, su normalidad.
Era final de verano, tras dos años Marta había vuelto de su ingreso hospitalario, estaba feliz pero nerviosa e impaciente por conocer a gente nueva, le habían adjudicado una plaza en la carrera a último momento. Las clases ya habían empezado, llegaba un día más tarde que sus otros compañeros pero no le importaba, estaba dentro.
Cómo siempre, ella se puso detrás pasando desapercibida, aunque ella quería conocer gente nueva era tímida y los nervios se la comían por dentro. La primera clase fue horrible para ella, no sabía como empezar una conversación con sus compañeros, al principio. La siguiente clase fue un poco más amena, la chica que tenia al lado era de conversación fácil, trabajaba en un bar y tenía ese don de gente que le faltaba a Marta. Ella se tranquilizó, fue hablando con esa chica, Sandra se llamaba, Marta le preguntó todas esas dudas que tenia de los primeros días de clase. Fueron pasando los días y Marta estaba cada vez mejor en clase aunque en los descansos se sentía un poco sola. Se empezaban a formar esos grupos en los que compartirían horas y horas de risas, estudios, trabajos y ella tenía miedo de no encajar.
Hasta que un día todo cambió. Marta estaba haciendo unos trabajos en casa, tenia puesta la música, le encantaba escuchar música durante horas y horas, cuándo de repente empezaron a enviar mensajes en el grupo de clase, estaban preguntando por una chica, se había ido de la universidad y nadie lo sabía. Nadie, excepto Marta. Marta pasaba las horas de los descansos con ella y lo sabía.
Marta decidida no dudó en responder esos mensajes, "Ha dejado la universidad, tenía problemas en casa y no podía hacerlo todo."
Hubo cinco minutos de silencio, nadie decía nada, hasta que volvieron a hablar lamentándose y poniéndose tristes por ella. En ese instante Marta recibe un mensaje privado: "Que le ha pasado por dejarlo todo?"
Marta no lo sabía, pero ese mensaje le cambiaría la vida y la llenaría de dudas infinitas.
Lucía era quien le preguntaba, una chica que no pasaba desapercibida en clase por sus infinitas tonterías que hacía. Marta la respondió y le contó un poco sin entrar en detalles. Lucía no dejaba de hablar a Marta, se interesó por lo que hacía y le preguntaba por las clases y los trabajos que les mandaban. Iba oscureciendo y ellas dos seguían hablando, habían creado una conexión tan rápida que les pasaron las horas volando. Eran las dos de la madrugada hasta que Marta le dijo que se iría a la cama ya que tenían que madrugar al día siguiente y rápidamente Lucía le respondió: "Vale, pero con una condición." Marta ya no sabía por dónde le saldría después de haber reído como nunca por la tarde. Aceptó.
"Mañana cuándo me veas, salúdame que no muerdo y dame un abrazo."
Marta se quedó en shock. ¿Un abrazo? Aunque se quedó sin aliento, aceptó la propuesta y se fue a la cama sin saber que pasaría la mañana siguiente.
06:45 de la mañana.
Suena el despertador. Marta abre los ojos y lo primero que hace es poner música.
Aún un poco dormida se toma el café mientras peina ese pelo largo y rubio, duda si hacerse una coleta o dejar que sus ondas se muevan a cada paso que da. Y aunque aún haga un poco de calor decide dejarlo suelto.
Mira el reloj, y de repente... "Mierda!" se había despistado y cómo no se fuera ya de casa iba a llegar tarde a clase. Se subió al coche y empezó a sonar "Terriblemente cruel" su canción favorita.
Faltaban cinco minutos para empezar y fue directamente al aula que tenía asignada ese día. Entró y de repente, Lucía. Sus ojos azules se clavaron en los fríos ojos marrones de Marta y fue cómo un jarro de agua helada encima. Marta se acordó de la condición de anoche. No sabía que hacer irse por dónde había llegado o que se la tragara la tierra.
Marta estaba paralizada de los nervios. Lucía se acercó y le dijo en voz baja. "No muerdo Marta, tranquila." Reaccionó y se puso a reír, esa risa nerviosa que muchas veces le sale a todo el mundo. Marta la abrazó y se saludaron. Y se fue cómo siempre detrás a sentarse. Lucía estaba un par de filas más adelante. Una chica le susurraba pero no le dio importancia.
Esa tarde Marta estaba con unas amigas del colegio tomando unas cañas y les contó lo que había pasado esa mañana. Lo encontró raro pero ninguna le dio más importancia que solo quería ser amable con ella.
21:30
Marta estaba cenando y de repente suena una notificación.
"¿Tanta vergüenza tienes de saludarme?"
Marta sonreía al teléfono aunque no sabía dónde meterse. Le contestó y empezó una conversación que tardó horas en terminar.
Lucía la hacía reír hasta que le salían agujetas en la tripa. Y ella estaba feliz. No sabía que pasaba.
La mañana siguiente volvieron a saludarse y hablar como si ya se conocieran de toda la vida. Se sentaron detrás juntas y estuvieron toda la mañana hablando. Ese día Marta se iba una hora antes que Lucía.
"¿Quieres ir a tomar algo?" Lucía le estaba proponiendo saltarse esa última clase para ir a tomar algo con ella. A Marta solo le salían las palabras "No lo sé, cómo tu quieras" Lucía se reía porque la veía nerviosa y ella se ponía aún más nerviosa cada vez que se reía.
¿Qué me pasa? Marta se repetía una y otra vez esta pregunta. Y aunque no estaba segura de lo que hacía se fue con Lucía al bar que había al lado de la universidad. Parecía que se conocían de toda la vida, esa química, esa conexión... nadie diría que llevaban 48 horas hablando. Ninguna quería irse a su casa pero tenían que hacerlo, sus padres las esperaban. Lucía acompañó a Marta a su coche sin dejar de hablar y aunque no lo pareciera Marta tenía un nudo en el estomago que pensaba que en cualquier momento sacaría todo lo que tenía dentro. Llegaron al coche y Lucía empezó a hablarle cerca, muy cerca del oído, Marta temblaba cómo un flan y ese nudo del estomago cada vez era más grande. Lucía no dejaba de hablarle cerca del oído, a centímetros de sus labios. Hasta que Marta dejó su cabeza en blanco y lo hizo.
Se fundieron en un apasionado beso. Y de repente ese nudo del estomago desapareció.